Oldman Botello
Fue cruenta la guerra nacional de
independencia, no hay duda. El decreto de Guerra a Muerte fue un baldón, y
existe quien lo justifica a priori, como todo lo que venga del Libertador.
Decenas de víctimas, españoles y canarios, pero también venezolanos fueron inmolados
por no hacer el juego a quienes procuraban la libertad de la patria.
Maracay no fue la excepción. Finalizaba la Campaña Admirable,
el 7 de agosto entraba Bolívar en Caracas en medio de la aclamación de sus
conciudadanos mientras los partidarios de la monarquía se encerraban en Puerto
Cabello, sitiado por las tropas insurgentes. Hubo una razzia en el valle de
Aragua ubicando a los más furibundos admiradores del rey, en su mayoría
españoles y canarios. En Maracay fueron detenidos unos cuantos y la mayoría
pasados por las armas en la plaza mayor, hoy plaza Girardot. Se cumplía lo
establecido en el decreto de Guerra a Muerte “Españoles y canarios, contad con
la muerte....”, siendo culpables o indiferentes. Y la muerte los vino a buscar
sumiendo en el dolor a decenas de familias en el país.
El 6 de agosto de 1813 fueron pasados por
las armas “por orden del gobierno” según escribe el párroco maracayero en el
libro de entierros, los canarios José Antonio Poleo, casado con María de los
Santos González; Julián Fernández, casado con doña Isabel González de Párraga,
de distinguidas familias de la ciudad y de Valencia y cuyo menor hijo Domingo,
fue sepultado el 13 de febrero de 1815; doble dolor para la madre; Juan Martín,
soltero; Sebastián González, soltero y el vasco Miguel Iparraguirre. Apenas
hubo tiempo para rezar, confesarse, en fin, recibir los auxilios de la religión
en momento tan crucial. La orden era terminante y sin contemplaciones. Ya
llegaría el momento de tomar venganza el
partido del rey.
Pero los fusilamientos continuaron; tres
días después, el 9 de agosto de 1813 encontró la muerte otro isleño,
Agustín Barroso, casado; el 26 de agosto Juan Brito, también canario, soltero;
Cristóbal Guillén, canario, casado en su tierra; Antonio González, soltero,
Francisco Plaza, español, soltero; dos españoles más: Roque Mireles y Manuel
Márquez, solteros.
El 6 de septiembre tocó el turno de pasar a mejor vida al isleño
Antonio González, casado con Clara Gorrín; Bartolo González, casado con Josefa
González; el 29 de septiembre a don Pedro Martel, de distinguidas familias
locales, canario, casado con doña Josefa Carvallo y quien le sobreviviría hasta 1851; los
Martel maracayeros originados en el isleño don Pedro Martel formaron una familia
en la que se distinguieron escritores, educadores y políticos entre ellos don
Manuel Martel Carrión, gobernador del Territorio Federal Amazonas a fines del
siglo XIX; luego los descendientes se fueron a Caracas. Curiosamente, el 28 de
octubre de 1814, al año siguiente, le correspondió el turno al esclavo de los
herederos de don Pedro Martel, José Vicente Martel, casado; y a Miguel Vivas el
12 de noviembre de 1814.
Anteriormente, en los primeros tiros por
la Independencia, después de la declaración de ella en 1811, murieron en
Maracay después de ser heridos en combate un grupo de milicianos partidarios de
la libertad. En Maracay fue establecido un hospital de sangre en el centro de
la pequeña población. Esas primeras víctimas del patriotismo muertas en dicho
centro asistencial improvisado fueron: Dámaso Tovar, el 5 de agosto, Felipe
Adán y el pardo Pedro Lovera, el 8 de agosto; Simón Ruíz el 9, el negro
Francisco Curiepe el 19; José Tomás Carías el 21, Manuel Toro, de Naguanagua,
el 27; Basilio Montalvo el 20 de septiembre, Pedro José Ulloa, el 6 de
noviembre en el combate de Los Saladillos, comunidad muy poblada que no llegó a
ser ciudad, ubicada aproximadamente en la actual Intercomunal Maracay-Turmero.
En Maracay no se registraron combates de
trascendencia, salvo el de 1818, que de La Cabrera vino a generalizarse en la plaza de
Maracay cuando las tropas revolucionarias al mando del Canagüey llanero general
Pedro Zaraza, El Taita (le decían Canagüey sus soldados porque era catire y con
un mechón blanco cerca de la frente, a la manera de los gallos de ese color y
Taita, porque era el más viejo de los luchadores activos por la independencia y
a quien Bolívar respetaba). Por un descuido de los jefes patriotas fue
sorprendido dicho ejército en el portachuelo de La Cabrera y debieron
replegarse a la ciudad donde nuevamente fueron derrotados, como lo escribe
Zaraza en un documento que envió como suerte de diario o como hoja de servicios
ampliada al doctor Cristóbal Mendoza y del cual tenemos una copia manuscrita
del siglo XIX, bastante deteriorada por la tinta, y que nos fue entregada hace
unos quince años por sus descendientes. En Maracay sí se efectuaron muchas
reuniones conspirativas en la vieja casona de la hacienda Piñonal, ubicada,
según unos, en la actual calle 14 de San José cruce con tercera avenida y
otros, que se estableció en medio de las primeras casas del actual Piñonal,
después de la calle 15 o Los Chaguaramos y a la que se entraba por el callejón
de Portillito. Piñonal era propiedad de don Luis López Méndez y allí estuvieron
Miranda, Madariaga, Francisco Iznardi y otros dirigentes patriotas en
1810-1811.
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