miércoles, 18 de mayo de 2016

Fusilados por defender sus patrias

                                                     Oldman Botello

        Fue cruenta la guerra nacional de independencia, no hay duda. El decreto de Guerra a Muerte fue un baldón, y existe quien lo justifica a priori, como todo lo que venga del Libertador. Decenas de víctimas, españoles y canarios, pero también venezolanos fueron inmolados por no hacer el juego a quienes procuraban la libertad de la patria.

      Maracay no fue la excepción. Finalizaba la Campaña Admirable, el 7 de agosto entraba Bolívar en Caracas en medio de la aclamación de sus conciudadanos mientras los partidarios de la monarquía se encerraban en Puerto Cabello, sitiado por las tropas insurgentes. Hubo una razzia en el valle de Aragua ubicando a los más furibundos admiradores del rey, en su mayoría españoles y canarios. En Maracay fueron detenidos unos cuantos y la mayoría pasados por las armas en la plaza mayor, hoy plaza Girardot. Se cumplía lo establecido en el decreto de Guerra a Muerte “Españoles y canarios, contad con la muerte....”, siendo culpables o indiferentes. Y la muerte los vino a buscar sumiendo en el dolor a decenas de familias en el país.

    El 6 de agosto de 1813 fueron pasados por las armas “por orden del gobierno” según escribe el párroco maracayero en el libro de entierros, los canarios José Antonio Poleo, casado con María de los Santos González; Julián Fernández, casado con doña Isabel González de Párraga, de distinguidas familias de la ciudad y de Valencia y cuyo menor hijo Domingo, fue sepultado el 13 de febrero de 1815; doble dolor para la madre; Juan Martín, soltero; Sebastián González, soltero y el vasco Miguel Iparraguirre. Apenas hubo tiempo para rezar, confesarse, en fin, recibir los auxilios de la religión en momento tan crucial. La orden era terminante y sin contemplaciones. Ya llegaría el momento de tomar  venganza el partido del rey.

     Pero los fusilamientos continuaron; tres días después, el 9 de agosto de 1813  encontró la muerte otro isleño, Agustín Barroso, casado; el 26 de agosto Juan Brito, también canario, soltero; Cristóbal Guillén, canario, casado en su tierra; Antonio González, soltero, Francisco Plaza, español, soltero; dos españoles más: Roque Mireles y Manuel Márquez, solteros.

     El 6 de septiembre  tocó el turno de pasar a mejor vida al isleño Antonio González, casado con Clara Gorrín; Bartolo González, casado con Josefa González; el 29 de septiembre a don Pedro Martel, de distinguidas familias locales, canario, casado con doña Josefa Carvallo  y quien le sobreviviría hasta 1851; los Martel maracayeros originados en el isleño don Pedro Martel formaron una familia en la que se distinguieron escritores, educadores y políticos entre ellos don Manuel Martel Carrión, gobernador del Territorio Federal Amazonas a fines del siglo XIX; luego los descendientes se fueron a Caracas. Curiosamente, el 28 de octubre de 1814, al año siguiente, le correspondió el turno al esclavo de los herederos de don Pedro Martel, José Vicente Martel, casado; y a Miguel Vivas el 12 de noviembre de 1814.

     Anteriormente, en los primeros tiros por la Independencia, después de la declaración de ella en 1811, murieron en Maracay después de ser heridos en combate un grupo de milicianos partidarios de la libertad. En Maracay fue establecido un hospital de sangre en el centro de la pequeña población. Esas primeras víctimas del patriotismo muertas en dicho centro asistencial improvisado fueron: Dámaso Tovar, el 5 de agosto, Felipe Adán y el pardo Pedro Lovera, el 8 de agosto; Simón Ruíz el 9, el negro Francisco Curiepe el 19; José Tomás Carías el 21, Manuel Toro, de Naguanagua, el 27; Basilio Montalvo el 20 de septiembre, Pedro José Ulloa, el 6 de noviembre en el combate de Los Saladillos, comunidad muy poblada que no llegó a ser ciudad, ubicada aproximadamente en la actual Intercomunal Maracay-Turmero.

     En Maracay no se registraron combates de trascendencia, salvo el de 1818, que de La Cabrera vino a generalizarse en la plaza de Maracay cuando las tropas revolucionarias al mando del Canagüey llanero general Pedro Zaraza, El Taita (le decían Canagüey sus soldados porque era catire y con un mechón blanco cerca de la frente, a la manera de los gallos de ese color y Taita, porque era el más viejo de los luchadores activos por la independencia y a quien Bolívar respetaba). Por un descuido de los jefes patriotas fue sorprendido dicho ejército en el portachuelo de La Cabrera y debieron replegarse a la ciudad donde nuevamente fueron derrotados, como lo escribe Zaraza en un documento que envió como suerte de diario o como hoja de servicios ampliada al doctor Cristóbal Mendoza y del cual tenemos una copia manuscrita del siglo XIX, bastante deteriorada por la tinta, y que nos fue entregada hace unos quince años por sus descendientes. En Maracay sí se efectuaron muchas reuniones conspirativas en la vieja casona de la hacienda Piñonal, ubicada, según unos, en la actual calle 14 de San José cruce con tercera avenida y otros, que se estableció en medio de las primeras casas del actual Piñonal, después de la calle 15 o Los Chaguaramos y a la que se entraba por el callejón de Portillito. Piñonal era propiedad de don Luis López Méndez y allí estuvieron Miranda, Madariaga, Francisco Iznardi y otros dirigentes patriotas en 1810-1811.     

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